Cuando tenía alrededor de 17 años escribí por primera vez esta historia, claro que aquella vez me tomó más de 140 páginas tamaño carta escritas en el género de guión cinematográfico… sí, una película puesta en papel, una que nadie hubiese visto si la hubiese hecho –por lo patética–. Es primera vez que intentaré poner en palabras desde aquellos años la misma cagá en que me metí, pero claro, ahora tengo una visión totalmente distinta de lo que pasó, me río de lo que viví –aquella vez solo me lamentaba y daba pena– y saco lecciones. ¡¿Cómo tan saco de pelotas?! Pero claro, eran otros tiempos, sin embargo conversaba por Facebook hace poco con un compañero de colegio, uno que cuando estábamos en 4º básico se perdió en un paseo de curso a Santiago, ¡esa fue cagá grande! La profesora jefe lloraba, de hecho nos devolvimos a Santa Cruz sin él, apareció al otro día, obviamente se quedó gente en Santiago al aguaite por si acaso, pero ese mismo niño, hoy adulto, luego de leer los capítulos anteriores me decía: “Oye que tenías baja autoestima…” Dándome a entender como si aquella hubiese dependido de mi excesivo peso, y digamos que él tampoco era –ni es– muy estilizado que digamos, así que le digo: “¡Es que tú tenías perso!” Ese simple diálogo fue muy esclarecedor de cómo la personalidad –a priori– afecta de forma distinta el cómo los niños se relacionan consigo mismos como punto de partida a sus relaciones sociales, con su auto-imagen, porque hay hueones feos, guatones que son terrible de entradores, y hay otros como fui yo, un negrito redondo y tímido, que sobre todo tenía miedo a interactuar con chicas de mi edad, lo que se estaba convirtiendo en un grave problema, porque empezar a vivir con la frustración del rechazo y no volver a atreverme nunca más a decirle a una chica que me gustaba… ¡por miedo! …eran pesadillas lúcidas que llevaba sobre mis hombros –¡Elisa por la mierda aquella vez ni siquiera alcancé a salir contigo para acabar una sola frase!–.

Este era yo en 1998, a pesar de haber bajado algunos kilos, aún mantenía el mismo peinado a lo chasquilla… ¡jajaja!
Ya en enseñanza media estaba en otro colegio, me había cambiado a estudiar al Instituto San Fernando –de los Maristas–, en la ciudad de San Fernando, y viajaba todos los días, era un colegio mixto, había dejado atrás años de historia en un colegio solo de hombres, también había pegado el estirón –ya no era obeso así mal– y el efecto Michael Jackson había hecho efecto, ya no era el mismo negro de antes, era moreno, pero parecía más blanquito ahora –la hueá rara–. Me tenía que levantar ultra de temprano, era el único suplicio para mí, me pasaba a buscar todas las mañana don Jorge Blanco, un carismático tipo que tenía furgón escolar y además un colectivo con el recorrido Santa Cruz – San Fernando; nos llevaba prácticamente a todos los santacruzanos que estudiábamos en aquella ciudad, y tenía a algunos compañeros de colegio santacruzanos con los que me hice muy amigo, Pablo, César y Renzo, de mi misma edad, pero diferente curso, también viajaba con nosotros una chica del mismo colegio a la que vamos a llamar Carolina.
Carolina era –es– guapísima, no era de esas minas ricas curvilíneas exuberantes, sino era estilizada, delgada, bonita, de tes blanca, cabellos oscuros y ojos cafés. El colegio entero estaba enamorado de ella, bueno, no sé si enamorado, pero sí todos reconocían su belleza y cualquier hombre heterosexual habría caído rendido ante un breve juego de su parte, estoy seguro. Y yo todas las mañanas en aquel furgón estaba sentado ahí frente a su casa viendo como pasaba el umbral de su puerta para luego sentarse justo delante de mí. Era una mujer muy inteligente, una de las mejores de su generación, además participaba representando al colegio en gimnasia rítmica y fue reina en uno de nuestros aniversarios… las tenía todas, siempre destacada. Y así comenzó mi historia con ella, yo ahí como baboso mirándola día tras día, mañana tras mañana, siguiendo sus pasos, ¡si hasta viajé a otros colegios Maristas, de otras ciudades, para verla competir en gimnasia rítmica! Me había enamorado de ella, así como me había enamorado de Playa, aunque en esta parte de mi vida Playa se había ido y faltaban muchos, pero muchos años aún para que volviera y me atreviera a decirle lo que había sentido. Y ahí estaba, como el saco de pelotas que era, callado, inerte, boca abierto… lo curioso es que a Carolina jamás se le conoció un pololo, fueron varios años los que yo estuve detrás de ella, aunque jamás me dio bola, no éramos partners, sí hablábamos y compartimos más de alguna junta, pero nada más… hasta que se presentó una oportunidad.
El año 1998 se fundó Radio Santa Cruz, y así comenzó mi carrera, literalmente; si hoy soy periodista fue en gran parte porque aquella vez tocaron la puerta de mi casa, así tal cual, Rubén y Enrique, el primero un amigo y locutor de radio que había conocido cuando niño, el que desde aquellos años me había identificado como alguien a quien le gustaban las comunicaciones, y Enrique era el encargado del área comercial de la radio, habían ido a ofrecerme el primer programa juvenil de la emisora; ¡Y así fue! No pasó mucho rato para que se me prendiera la ampolleta e hice mi primer fichaje, a la guachita rica Carolina, que además tenía una voz tan dulce y una inteligencia sobrecogedora. Mi primer trabajo en un medio de comunicación fue con ella, eso ya está escrito en mi historia de vida y no hay nada que hacerle. En la radio la amaron, no sé si fue de calientes que eran los hueones o qué, aunque méritos en cuanto a talento tenía, sin embargo no duró más de tres meses y se retiró –¡por la mierda!– Pero me sirvió, ahí logré mayor cercanía, estaba cerca de ella, aunque seguía siendo el mismo saco de brevas de siempre… pfff…
Yo seguí en la radio durante dos años más, me retiré cuando pasé a cuarto medio para dedicarme por completo a estudiar y dar una buena prueba para entrar a la universidad, sin embargo un año antes me iba a mandar un tremendo pastelazo con Carolina que daría un vuelco radical a mi personalidad.
Ya habían pasado unos dos años “amando” a esta mujer en secreto, era verano, vacaciones, quizás demasiado tiempo libre me estaba pasando una mala jugada, y así como que de un día para otro dije “tengo que decirle a Carolina que me gusta”, es que no puedo ser tan hueón, no es normal que te guste una mina y quedarte callado para siempre, no atreverte ni siquiera a acercarte un poquito, o sea está bien, era pavo, no tenía la práctica, jamás había pololeado ni andado con nadie, las minas no me pescaban, pero cómo chucha, en algún minuto tenía que despabilar, lo de Elisa había pasado hace mil años, fue casi en mi infancia, no podía seguir traumado… fue como que me cayó un ladrillo en la cabeza, no sé qué mierda me pasó ese día, pero todo este pensamiento ocurrió de una, nada de hueás que de a poco me di cuenta… ¡no, fue de un pencazo!
Así que pedí ayuda moral y operativa, me junté ese mismo día con mi amigo el flaco Rodrigo, le pedí que llamara por teléfono a casa de Carolina y se cambiara el nombre, quería saber si estaba ahí, porque me iba a dejar caer ese mismo día. Y no contestó nadie, llamamos caleta. Así que fuimos noma, y la casa parecía vacía, con todas las luces apagadas, sin sonidos ni movimientos aparentes, pero había una ventana medio abierta… ¡Pico en el ojo! Nos fuimos, a fines de los ’90 aún se caminaba sin celulares y sin internet en los bolsillos. Cómo habría estado de atragantado que volví ese mismo día a rondar la casa otra vez y la encontré en las mismas condiciones, deshabitada, pero ahora con la ventana cerrada… ¡rara la hueá!
Hablamos por teléfono con el flaco esa noche, él tenía la teoría de un asesino serial que los había matado a todos… hicimos conjeturas al más puro estilo de las películas, estábamos algo chiflados, creo que usábamos mucho la imaginación. Al otro día nos volvimos a juntar para llamar por teléfono a esa casa donde no aparecía nadie, el flaco tenía otra vez la misión de cambiarse el nombre y preguntar por Carolina… ¡Pico de caballo! ¡Nada! ¡¿Dónde chucha estaba la gente que vivía en esa casa?! ¡Alguien tenía que abrir y cerrar esa puta ventana!
Y ahí estábamos otra vez los pelotudos, después de ese llamado nos fuimos a hacer guardia a la casa hasta que apareciera algún alma. ¡Puta que es buen amigo el flaco Rodrigo! Teníamos como 16 años y ya nos conocíamos de hacía una cachá de años, hoy soy su testigo y padrino de matrimonio, y en aganchás como esas, de pasar realmente varias horas rondando un árbol –a pata–, esperando que llegue alguien a una casa, son el tipo de situaciones en que se ven los verdaderos amigos, aunque los veas una vez al año, porque ahora no la hago ni cagando… ¡Y llegó la mamá! Sí, estacionó su Peugeot verde frente a la casa y entró. La verdad no sé cuánto tiempo pasó hasta eso, pero ahora teníamos la certeza que había alguien en casa.
Obviamente teníamos un plan, si tan hueones no éramos. Corrimos como malos de la cabeza al teléfono público que había en Rafael Casanova al llegar a la Plaza de Armas –en Santa Cruz, claro–, el flaco ya tenía el libreto aprendido, sabía que le iba a contestar la mamá e íbamos a averiguar por fin dónde estaba la desaparecida Carolina. Se dan cuenta lo difícil que era en mi época contactarse con alguien si te gustaba, ahora los adolescentes la tienen tan fácil, un simple warisapo, un inbox, geolocalización, Instagram, una llamada por celular y todo es instantáneo, yo tenía que hacer los medios operativos… era la media zorra.
La noche de ese mismo día estaba en el terminal de San Fernando tomando un bus rumbo a Temuco, con la plata justa, a base de mentiras que había dicho en casa me había embarcado en una aventura descabellada que superaba todos los límites que alguna vez había cruzado, todo porque de un momento a otro despabilé y dije “no puedo esperar más, llegó el momento pase lo que pase”. ¿Por qué rumbo a Temuco? Cuando el flaco habló con la mamá de Carolina averiguamos que ella se había ido de vacaciones al sur con su hermana, al departamento de su abuela en Temuco, nos dio el número de teléfono. Con ese dato y el servicio de informaciones pude dar con la dirección exacta donde se estaba quedando Carolina en aquella ciudad. Yo tenía plata guardada que le había cobrado a algunos auspiciadores de la radio, así que dije qué tanta hueá, voy a ocuparla y después la repongo de alguna forma, el flaco tenía familia en Los Ángeles, al sur, así que le pedí que me acompañara a hablar con mi familia y dijera que me había invitado un par de días al sur con sus papás, así me podía ir tranquilo, él solo tendría que mantenerse oculto sin que lo vieran en Santa Cruz los días que yo estuviera afuera. ¡Era un pendejo loco! Armé toda una coartada, y ahí estaba en un viaje de 600 kilómetros solo para buscar a esta niña que tanto me gustaba y que ni siquiera le había dicho que la encontraba linda… ¡¿En qué chucha estaba pensando?! (más…)
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